J Dilla: Aunque esté muerto, sigue más vivo que nunca
Aunque los cronistas musicales acostumbramos a valorar más la influencia de un artista en función de los años que han transcurrido desde su muerte, en algunas ocasiones esta ecuación pierde todo su sentido: casos como el del productor y rapero de Detroit J Dilla ponen de manifiesto que a veces no es necesario que haya pasado mucho tiempo desde la desaparición de alguien para notar su presencia y detectar su huella en una parte de la mejor música que se factura en tiempo presente.
El de Dilla es, además, un ejemplo especialmente llamativo: el mismo día de su fallecimiento, con 32 años y víctima de un lupus que le fue minando la salud hasta el fatal desenlace, se activó una maquinaria inconsciente de reivindicación de su legado y herencia que ha repercutido de manera clara y explícita en el permanente revivalismo dillaniano en el que parece instalada la escena hip hop actualmente. A pesar de su productiva y exultante trayectoria en vida, es difícil quitarse de encima la sospecha de que no fue hasta su muerte que le llegó el reconocimiento unánime y entregado, y que a medida que pasan los días y el recuerdo de su adiós se desdibuja en nuestra memoria su peso artístico va cobrando más fuerza y vigencia. Hoy, cuando analizas y estudias los sonidos, los productores y las ideas más inspiradas que dan lustre al género, su nombre está en todas partes, como si no se hubiera ido, como si decidiera el rumbo del hip hop desde las alturas.
Karriem Riggins es un batería de jazz de cierto prestigio –ha actuado junto a Roy Hargrove, Oscar Peterson o Donald Byrd y milita en el cuarteto de Diana Krall– que en sus ratos de ocio hace las funciones de productor de hip hop. Y es bueno. Muy bueno. Si añado que es oriundo de Detroit las claves de este puzzle se van colocando solas. Acaba de publicar en el sello californiano Stones Throw su debut discográfico, “Alone Together”, un álbum instrumental de alta gradación hip hop que bebe, sin disimulo ni malas intenciones, de “Donuts”, obra magna en la trayectoria de J Dilla, editado pocos días antes de su despedida, y el título que sirvió, en plena agitación emocional de fans, compañeros y amigos que lloraban su muerte, para redimensionar su discurso. La última canción de esta puesta de largo de Riggins se llama “J Dilla The Greatest”, y además de homenaje sentido y declarado al maestro es toda una declaración de intenciones de lo que pretende conseguir este músico con sus creaciones. Y aunque la influencia de Dilla es palpable y manifiesta en buena parte del recorrido –ese gusto por las piezas breves y fugaces, la rigurosidad y meticulosidad en el sampleo, la pasión enfervorizada por los beats, las deudas con el soul y el funk..–, “Alone Together” es una modesta pieza de orfebrería negra que se abre camino con la lección bien aprendida.
Karriem Riggins es un discípulo aventajado de Dilla porque captura con precisión la esencia de su método de trabajo. Un método de trabajo que también es parte fundamental y decisiva en este proceso de redescubrimiento constante en el que anda sometido el oyente cada vez que se acerca a su propuesta: si Dilla está viviendo una segunda juventud se debe, también, al hecho de que su música sorprende en cada nueva aproximación. Y eso solo está al alcance de unos pocos elegidos. Dentro de su imperfección y su descontrol, “Donuts” es un prodigio de la música contemporánea porque permite observar de cerca y con todo tipo de detalles la metodología de un artista en su punto de mayor madurez creativa: la selección de samples y, sobre todo, el tratamiento que se les dispensa para reconvertirlos por completo tendría que ser estudiada en cualquier academia de futuros productores, dentro y fuera del hip hop; el uso de los sintetizadores e instrumentos pone sobreaviso del descomunal talento como músico de Dilla; y el baile de breaks, baterías y cajas empleados en esta sinfonía instrumental es un muestrario ideal de su versatilidad como productor.
Sirva este recomendable debut de Karriem Riggins como último ejemplo ilustrativo de la pasión con la que alumnos, admiradores, colegas o simples aprendices rinden tributo a J Dilla en la actualidad. Y quizás se trate de una de las referencias que mejor han sabido acoplar esa influencia a una idea con personalidad y mucho brillo. Pero las particularidades de “Donuts” –su composición, su idea de cajón de sastre, su diversidad musical, su orientación melódica– no solo han repercutido en la propia escena hip hop, que a fin de cuentas tiene su lógica y razón de ser, sino que han extendido sus tentáculos más allá de las fronteras de las cajas y rimas. De hecho, lejanos nos parecen ya los estallidos mediáticos del llamado wonky, subgénero que gozó de exultante seguimiento hace tres o cuatro años, y que presentó a productores solitarios, con bajo presupuesto y pocos medios, a todo un público ávido de discos hechos y pensados a la manera de beat tapes –recopilaciones de bases instrumentales que realizan los productores a modo de catálogo de sus creaciones para venderlas a MCs–. El wonky no hacía otra cosa que integrar muchos elementos del universo Dilla en una concepción de perfil más electrónico y los mezclaba con otras influencias de origen británico, y entre 2008 y 2010 se convirtió en una de las corrientes sonoras más frescas y atractivas del panorama underground.
El efecto post-“Donuts” ha quedado plasmado, pues, en la proliferación de numerosos relevos generacionales en la Ciudad del Motor –con Black Milk a la cabeza– y en la exaltación de un modelo de producción instrumental que ha conseguido afectar a otras áreas de confluencia. Pero su impronta en el devenir de la música actual no ha finalizado. ¿Es descabellado afirmar que en muchas de las producciones chillwave aflora mucha de la esencia expresiva del mito de Detroit? Cuando escuchas algunas canciones de Washed Out, Stumbleine, Neon Indian o Toro Y Moi inevitablemente detectas la influencia del ex fundador de Slum Village, sobre todo en la manera de procesar los samples originales y en transmitirle una entidad propia a las muestras en las que se basa la producción. Es ese sonido reconocible y totalmente asociable a la estela musical de Dilla que encontramos también, de una manera más difuminada pero palpable, en esta nueva generación de bandas que han incorporado vestigios hip hop y electrónicos a una premisa sonora de eminentes resonancias pop. Es el síntoma más reciente de una fiebre que no remite y que solo ha hecho que ir a más: la de reivindicar desde múltiples ángulos y posibilidades la obra de un genio redescubierto.
Artículo extraído de http://blogs.elpais.com